sábado, 18 de julio de 2009

Paul Auster y su tríptico de Nueva York

Paul Auster es uno de los novelistas contemporáneos más sólidos y está dedicado, desde una perspectiva muy personal, a explorar la interioridad humana, con la misma intensidad que lo hicieron Franz Kafka en su tiempo y ahora José Saramago, por citar dos autores que han explorado el alma humana de modo singular.
La “Trilogía de Nueva York “ está compuesta por Ciudad de Cristal, Fantasmas y La habitación cerrada. Nueva Cork en realidad aparece tangencialmente citada. Tanto la ciudad como sus habitantes, pero el micromundo que Auster explora muestra muy bien que lo que le ocurre a un hombre o a una familia le puede estar ocurriendo a toda la ciudad, a toda la humanidad.
La ciudad de cristal es una alusión que caracteriza algo frágil, que puede romperse. Si se rompe el alma de un hombre puede quebrarse también la ciudad. La historia trata sobre Quinn, un poeta que ha quedado solo por el fallecimiento de su mujer y su hijo y se dedica ahora a escribir novelas policiales. Alguien lo llama repetidas veces creyendo que es el detective Paul Auster y el mismo Auster pasa de autor a personaje. Quinn asume la identidad de Auster y acepta una reunión con el poeta (que podría ser, otra vez, el propio Auster) y comienza la intrincada trama.
El inicio es fuerte, como debe comenzar una novela:”Todo empezó por un número equivocado, el teléfono sonó tres veces en mitad de la noche y la voz al otro lado preguntó por alguien que no era él”. De Nueva Cork expresa que es “un espacio inagotable, un laberinto de interminables pasos, pero que siempre le deja la sensación de estar perdido”. Cuando Quinn va a la cita se encuentra con Meter Stillman y Virginia, su mujer, con la que Auster se envuelve. Pero el propio hijo de Quinn se llamaba Meter, como una historia repetida en espejos. Auster, o Quinn debe ubicar al padre de Stillman. Lo espera en el Metro y llegan dos Stillman. Sigue a uno de ellos. Enrevesada pero interesante historia que acaba en un cuaderno rojo que aparece en alguna otra novela de Auster, con ese mismo título. El cuaderno rojo que halla al final es todo lo que queda de Stillman y de él mismo.
La segunda novela, “Fantasmas”, es más bien un juego detectivesco, con personajes difuminados, borrosos. Los personajes son Blanco, Azul y Negro. Los tres se entreveran cuando el señor Blanco le pide a Azul que siguiera a un hombre llamado Negro. Esta historia sostenida, entretenida y rocambolesca termina como empezó, en nada: “Porque ahora es el momento en que Azul se levanta de su silla, se pone el sombrero y sale por la puerta. Y a partir de ese momento no sabemos nada”.
La tercera novela, tal vez la más sólida, es “La habitación cerrada”. En ella Auster sigue el juego de las otras dos. El narrador y Fanshawe se conocen desde niños y son dos muy buenos amigos. Casi hermanos. Fanshawe desaparece y su mujer, Sophie, llama a Quinn para que lo ubique y le entrega unas maletas con notas de su marido.
Quin de mala gana las lleva, pero luego las lee y comienza su trabajo de editar la obra del amigo, lo que dará regalías importantes a la viuda. Pero en ese trabajo se enamora de Sophie y vive con ella, hasta que Fanshawe aparece. La novela es circular porque al culminar se emparenta con la primera.
Auster realiza un impecable trabajo literario con la alquimia sabia que tienen la buenas novelas: intensidad, desarrollo sostenido, personajes fuertes, bien delineados, espacios nítidos y un final contundente.

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