Breve historia de las aureolas
decoloradas
Por Gabriel Niezen
Matos
Asimov, inicia su libro Qué
es la ciencia, así: “Y al principio fue curiosidad (…)”. La curiosidad llevó al ingeniero agrónomo Carlos
Petrovich, hace 50 años, a persistir en una observación: una aureola decolorada
en las hojas de los cultivos de algodón y de otras plantas, que le llamó la
atención y sospechó que podría tratarse de una deficiencia de algún elemento en
la fertilización, pues solamente se usaba nitrógeno y fósforo en el abonamiento de los suelos.
Visitó, entonces, varias haciendas de los valles de Ica y
Chincha, para constatar si ese problema ocurría en más plantaciones. Y así fue,
faltaba algún elemento, porque las plantas mostraban anormalidades, por lo
general, relacionadas con el crecimiento.
En unas percibió clorosis, color amarillento y quemaduras
marginales en las hojas medias y bajas de la planta. En otras, crecimiento lento o retrasado.
Pensó de inmediato en el potasio, un catalizador importante de crecimiento en
las plantas. El primer supuesto que formuló fue que las plantas deficientes en
potasio tendrían un retraso en el crecimiento.
Persistió en esa línea de observaciones y notó tolerancia
disminuida a los cambios de temperatura y estrés hídrico, porque la deficiencia
de potasio se traduce en menos agua que circula en la planta. Como resultado,
la planta sería más susceptible al estrés hídrico y a cambios de temperatura.
Luego, constató defoliación y persistió en sus hipótesis,
pensó que si no se corregía esta anomalía, las plantas deficientes en potasio perderían
sus hojas antes de lo debido. Y este proceso constató que se repetía en cada
lugar que visitaba y que las hojas mostraban color amarillo marrón y se
desprendían una a una de las plantas.
Estaba constatada la primera hipótesis y se sustentaba en otros
síntomas de la deficiencia de potasio: baja resistencia a las plagas y sistema
radicular débil, maduración desigual de frutas y evidenció algo que había
aprendido en la Escuela de Agronomía, que la deficiencia de potasio en las
plantas se detecta por su apariencia decaída o marchita y que la falta de
potasio favorecía la pérdida de agua en las células.
Abordó entonces una segunda línea de observaciones. Los
abonos de esa época estaban elaborados en base a elementos fosforados y
nitrogenados. En verdad, fósforo y nitrógeno son también dos elementos
esenciales, pero el potasio (K) es un elemento también vital para las plantas y
para cualquier ser viviente, porque interviene en procesos de la fotosíntesis,
en procesos químicos dentro de las células, y contribuye al mantenimiento del
agua en las células.
¿Pero cómo podría conocer sobre la deficiencia de potasio,
un ingeniero agrónomo, en 1950, cuando no existían laboratorios ni instrumental
apropiado para certificarlo?
El azar lo llevó a conocer al doctor Alberto Van Ordt León,
a quien visitaba algunas veces en el antiguo Hospital Obrero (hoy Almenara). Pero
en esa visita el doctor Van Ordt le pidió que lo acompañara a su laboratorio,
porque debía procesar un análisis de orina de uno de sus pacientes con un
fotómetro de llama.
En la conversación, de pronto, el médico sugirió que su
paciente presentaba exceso de potasio. El
ingeniero Petrovich le comentó sus observaciones en las tierras iqueñas y le
preguntó si era posible analizar con esa máquina la falta de potasio en los
suelos.
-
No es lo mismo, pero es posible- le respondió el
médico. Sólo se trata de obtener una solución y rastrearla. Pero para el caso
que señalas habría que obtener muestras
desde la sierra hasta la costa para delimitar este- oeste, y en los límites
norte y sur de Ica. Esa no es tarea fácil. Un cuerpo humano es pequeño, la
extensión de ese terreno es enorme.
El doctor Van Ordt le sugirió la
posibilidad de constatar la falta de potasio en los terrenos, tomando muestras
y procesándolas con una solución semiácida (ácido sulfúrico diluido mezclado
con la tierra de cada muestra). Esa solución luego se centrifugaba y se quemaba
en el fotómetro y la máquina marcaba la existencia o no de niveles de potasio
asimilable.
Ahora faltaba el trabajo de
campo. Petrovich organizó un equipo y determinaron la cartografía por hectárea
de toda la extensión de las tierras, desde el nacimiento del valle Ica, en
Tiraxi, hasta la desembocadura del río Ica en el mar. Se requerían 600 muestras
que fueron determinadas en la cartografía por hectáreas.
Las muestras de superficie se
obtenían a 30 centímetros de excavación; las del subsuelo, de 30 a 60, según el
terreno. El 90 por ciento de las raíces de la planta están en suelo, el resto
en el subsuelo.
Durante varios meses trotó a lomo
de caballo por todo Ica, desde las estribaciones serranas, hasta la costa y
consiguió sus 600 muestras Pero ahora surgía su carencia principal, la del fotómetro
de llama. En el laboratorio del hospital Almenara podría procesar una que otra,
no las seiscientas. Requería su propio fotómetro.
Conversó con Guillermo Picasso, en
ese tiempo Presidente de la Asociación de Agricultores de Ica, para conseguir
ese equipo y lo entusiasmó con la promesa de que si este análisis resultaba
podría elevarse la productividad en un
gran porcentaje con una pequeña inversión que, en realidad, no era tan pequeña.
A costos actuales, alrededor de seis mil dólares. Para un hombre de negocios el
asunto era de suma, resta y multiplicación. Entonces, accedió.
El aparato no se conseguía en
Lima, había que importarlo de Europa. Encontró una importadora (Kessel) que se
encargaría de traerlo, y tardó más de dos meses en llegar. Cuando lo tuvieron,
el doctor Van Ordt sugirió algunos nombres de trabajadores del Almenara para
que ayudaran en la instalación y los procedimientos.
Ahora se trataba de determinar, de una manera
sencilla, precisa y económica la concentración de elementos alcalinos en
soluciones acuosas en el análisis de proceso y de laboratorio.
El resultado fue el esperado, en
todo el valle se registraba la falta del potasio asimilable. Era la razón por
la cual la productividad esperada no se alcanzaba. Lo que vino después fue una especie
de pequeña revolución agrícola en el valle. Se adicionó potasio al abono y
desde ese año las cosechas alcanzaron niveles superiores.
Un manto de olvido cubrió luego,
por cincuenta años, este descubrimiento. Hasta que en una conversación, el
ingeniero Petrovich me contó la historia y me pidió no difundirla. Cosa que
incumplo, porque de hechos como este está sembrado el bosque del olvido en
nuestro país. Son cincuenta años que merecen celebrarse de otro modo.
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